«Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad» (Lc 2,14)
A TODA LA FAMILIA DE SAN JUAN DE DIOS
Queridos hermanos:
La santa Navidad, que nos disponemos a celebrar, nos ofrece una nueva ocasión para sentirnos más familia y más unidos, y para reavivar en la fe nuestra misión apostólica hospitalaria al servicio de los pobres y de los enfermos. La condición humana que compartimos nos hace experimentar cada día nuestra fragilidad y, por ello, sentimos con fuerza la necesidad de encontrar nuevas energías de vida para vivir y testimoniar con cada vez más entusiasmo y conciencia nuestra fe, arraigada en la esperanza y vivida en la caridad. En este año jubilar, que estamos a punto de concluir, no han faltado ocasiones y oportunidades para reflexionar y meditar sobre el significado de nuestra existencia como hijos de Dios, llamados a encarnar la Palabra divina que nos ha sido dada en Jesús.
Siguiendo la agenda proyectada para esta Jornada, se inició el recorrido por las instalaciones de nuestro centro a las 3:00 p.m. Primero se dio una bienvenida a cargo de la directora general la Dra. Alexandra Valderrama Sánchez, quien realizó un breve contexto de lo que se observaría a lo largo de la visita.
El segundo día se inició con un encuentro fraterno entre la comitiva provincial, la comunidad de Hermanos de Manizales y las directivas de la Clínica San Juan de Dios de Manizales. Luego se continuó con el recorrido por las instalaciones para terminar de conocer los servicios hospitalarios.
El nacimiento de Cristo ha sido, desde hace siglos, el anuncio gozoso del amor de Dios por los hombres: Dios entra en el mundo, no para dominarlo, sino para salvarlo. Entra en el mundo no para poseerlo, sino para amarlo, entrando en el corazón de cada hombre para transformarlo en amor. Los ángeles, con su canto en la noche santa, unen el cielo y la tierra: traen el cielo a nuestra vida y guían nuestra vida a descansar en el corazón de Dios.
La Navidad no es un cuento ni una leyenda que despierta en nosotros el encanto y la inocencia de la infancia. La Navidad nos dice que Dios se toma en serio el mundo: “Porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en Él no muera, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16).
Por ello, la Iglesia “propone” el tiempo fuerte del Adviento como una oportunidad para abrir nuestro corazón al Señor que viene y compartir su misión de amor que sana las heridas de la humanidad. Él nos ama, confía en nosotros y quiere hacernos partícipes de su proyecto de amor para cada hombre. Dios ha mirado a la humanidad con ojos de ternura y misericordia, renovando su confianza en nosotros y llamándonos a compartir su misión de amor. Este es el tiempo en el que debemos preguntarnos si somos conscientes de ser amados por el Señor. ¿Cuánto espacio tiene Él en nuestra vida y en nuestros proyectos? ¿Cuánto está implicado en Provincia de América Latina y el Caribe nuestra manera de pensar el futuro de nuestra vida y de nuestra Orden Hospitalaria? Vuelven a la mente las
palabras de Jesús: “…sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5). Esta verdad, si es comprendida y acogida, nos libera de la presunción de autosuficiencia y nos abre a la confianza en la gracia.
Queridos hermanos, somos conscientes de que las dificultades no faltan ni faltarán; pero, a pesar del desconcierto y a veces también del desorientación que experimentamos, sabemos que tenemos a nuestro lado la presencia de Jesús como compañero seguro de nuestro camino. Hemos nacido en la esperanza y por eso nuestro corazón no se cansa nunca de esperar; más aún, precisamente frente a las dificultades existenciales y al sufrimiento que la vida nos presenta, sentimos con más fuerza la invitación a no perder la esperanza, porque esta se vuelve necesaria e indispensable, como una medicina eficaz y adecuada para una buena sanación y para retomar el camino que la vida nos traza. Con la celebración de la santa Navidad, la Iglesia nos recuerda que todo proyecto de amor tiene su origen en Jesús, Príncipe de la paz. Queremos ser con Él protagonistas de una experiencia de vida nueva, que se proponga como alternativa a la desesperación y a todo aquello que obstaculiza la felicidad del hombre. Una mirada cristiana sobre la realidad nos permite vislumbrar un resquicio de esperanza en cada situación de vida, porque fundamentamos nuestra fe y nuestra esperanza en un acontecimiento que sigue iluminando nuestra existencia y haciéndola siempre digna de ser vivida.
Queridos hermanos, somos conscientes de que las dificultades no faltan ni faltarán; pero, a pesar del desconcierto y a veces también del desorientación que experimentamos, sabemos que tenemos a nuestro lado la presencia de Jesús como compañero seguro de nuestro camino. Hemos nacido en la esperanza y por eso nuestro corazón no se cansa nunca de esperar; más aún, precisamente frente a las dificultades existenciales y al sufrimiento que la vida nos presenta, sentimos con más fuerza la invitación a no perder la esperanza, porque esta se vuelve necesaria e indispensable, como una medicina eficaz y adecuada para una buena sanación y para retomar el camino que la vida nos traza.
Con la celebración de la santa Navidad, la Iglesia nos recuerda que todo proyecto de amor tiene su origen en Jesús, Príncipe de la paz. Queremos ser con Él protagonistas de una experiencia de vida nueva, que se proponga como alternativa a la desesperación y a todo aquello que obstaculiza la felicidad del hombre. Una mirada cristiana sobre la realidad nos permite vislumbrar un resquicio de esperanza en cada situación de vida, porque fundamentamos nuestra fe y nuestra esperanza en un acontecimiento que sigue iluminando nuestra existencia y haciéndola siempre digna de ser vivida.
Si el jubileo de la esperanza se acerca a su conclusión, no debe concluir nuestro camino de búsqueda de Dios y de nuevas sendas para expandir el amor divino que nosotros expresamos a través del carisma de la hospitalidad. La experiencia de san Agustín, aún hoy tan actual para nosotros, nos indica el camino para reencontrarnos con nosotros mismos y con Dios. El más conocido de sus aforismos de las Confesiones dice: “Nos hiciste para Ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”. “Ad te fecisti nos, Domine, et inquietum est cor nostrum donec requiescat in te” (I,1,5).
Nuestro corazón, a veces tan cargado por la vida, necesita de su presencia como el aire que permite vivir. Si queremos que la esperanza continúe siendo una presencia constante que acompañe todos nuestros días, es necesario y urgente cultivar y cuidar nuestra vida espiritual, en este tiempo en el que el corazón del hombre está inquieto y enfrenta grandes desafíos, “contagiando” con nuestra cercanía a hombres y mujeres para que experimenten el poder salvador de este don, no solo como camino de sanación, sino también como base para un futuro mejor, a la medida de hijos de Dios.
Que la Navidad sea para todos un mensaje de esperanza, una medicina para nuestro tiempo, para que, acogiendo este mensaje divino e integrándolo en nuestra vida, podamos recibir la novedad de Dios, que es siempre augurio de bien y de paz para cada hombre y para todos los hombres de buena voluntad.
Me despido dejándoles una vez más las palabras de san Agustín, padre de nuestra Regla, quien exhorta a progresar en el bien, a no cansarnos ni detenernos, para que el espíritu de la Navidad continúe su obra de salvación en cada uno de nosotros: “Avanza, avanza en el bien… Si progresas, caminas; pero debes progresar en el bien, en la recta fe, en la buena conducta. ¡Canta y camina! No te salgas del camino, no mires atrás, no te detengas” (San Agustín, Sermón 256,3).
Continuemos confiados en hacer el bien, seguros de cumplir la voluntad de Dios y de ser continuadores creíbles de la obra iniciada por Juan de Dios.
Fra. Pascal Ahodegnon, OH.
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