“La Sabiduría habita en Dios desde toda la eternidad y, por amor, Dios la envía
para iluminar el camino de todo ser humano”.
QUERIDOS HERMANOS Y COLABORADORES
Desde hace mucho tiempo, los seres humanos comenzamos a poner símbolos y signos a aquello que no se podía ver. En ese gesto originario nació la cultura, además, comenzó a emerger algo más profundo… comprendimos que la realidad no se agotaba en lo visible, que la vida tenía capas invisibles que pedían ser escuchadas y respetadas.
Descubrimos que vivir no era solo sobrevivir, que la belleza de la vida comenzaba cuando uno se atrevía a preguntarse, a asombrarse, a agradecer y a amar. De ese gesto silencioso y radical brotó una dimensión nueva; la capacidad de sentido, la experiencia del misterio, la intuición profunda de que todo está conectado y de que existe ese Alguien que anima, sostiene y orienta la vida; a esa experiencia fundamental de la humanidad la llamamos espiritualidad, una oportunidad para dar profundidad a lo real.
En la tradición bíblica, esa profundidad recibe un nombre Sabiduría, una intuición que orienta a vivir bien, a discernir, cuidar, elegir lo justo y lo humano en medio de la complejidad.
Nosotros, en la historia humana reconocemos un acontecimiento particular donde esa Sabiduría invisible se hizo sorprendentemente visible.
En una ciudad pequeña y aparentemente insignificante, Belén, en una noche silenciosa y frágil, nació un niño en la sencillez de un pesebre; allí, lo que la humanidad había intuido durante siglos se volvió presencia concreta. La Escritura lo narra con una sencillez y profundidad conmovedora: “Mientras estaban en Belén, le llegó a María el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la posada… y… el ángel les dijo a los pastores: “No tengan miedo, porque les anuncio una gran alegría para todo el pueblo; hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor.”(Lc 2,6–7.10–11)
Hoy, en el año 2025, tenemos la certeza que Dios no permaneció distante, sino entró en la historia para amarla y acompañarla. Como nos recuerda el Hermano Superior General en su saludo navideño, “Dios entra en el mundo, no para dominarlo, sino para salvarlo; entra no para poseerlo, sino para amarlo, entrando en el corazón de cada hombre para transformarlo en amor”.
En este mundo cambiante cada año seguimos celebrando Navidad… ¿por qué?… seguramente cada uno tiene una respuesta personal… para nosotros esta celebración sigue dando sentido a nuestra existencia. En ese niño se nos revela que la Sabiduría de Dios no se manifiesta como fuerza que aplasta, sino como amor que ilumina; una Sabiduría que susurra, que reúne, congrega, comparte y acoge.
Ese mismo acontecimiento tocó el corazón de muchas personas a lo largo de la historia; tocó de manera decisiva, el corazón de San Juan de Dios; en medio de una vida atravesada por búsquedas, heridas y encuentros, él descubrió que el lugar privilegiado de esa Sabiduría hecha carne eran los rostros concretos de las personas enfermas y los olvidados. Allí comprendió que cuidar es una vocación, no solo un conjunto de técnicas; que la hospitalidad no era una estrategia, sino un modo de vivir.
Hoy, ese impulso sigue vivo en cada uno de ustedes queridos hermanos y colaboradores, en la acción cotidiana, muchas veces silenciosa y exigente, en las decisiones difíciles, en la paciencia frente al sufrimiento, en la ternura que no siempre se ve pero que sostiene; todo eso también es Sabiduría fruto de celebrar Navidad.
Vivimos tiempos complejos y el Hermano General lo reconoce con realismo y esperanza: “las dificultades no faltan ni faltarán, pero no caminamos solos; Cristo permanece como compañero seguro de nuestro camino “
Por eso, la esperanza no es un sentimiento ingenuo, sino una verdadera medicina para retomar el camino y sanar lo que duele.
Que esta Navidad sea para todos nosotros una pausa fecunda, un tiempo para agradecer lo recibido, reconocer la fragilidad compartida y renovar el sentido de nuestra misión.
Que el Niño de Belén vuelva a iluminar nuestros caminos personales y comunitarios; sostenidos por esa Sabiduría que habita en Dios desde toda la eternidad, sigamos siendo presencia de cuidado, de hospitalidad y de dignidad para todos aquellos que nos han sido confiados.
¡Feliz Navidad para cada uno de ustedes y para sus familias!
Con profunda gratitud por cada uno y cada una de ustedes, seguimos caminando juntos en este próximo año 2026.
Fraternalmente;
Hno. Erik Castillo, OH.
Superior Provincial y Consejo



