Hno. Angel Maria Carrasco Fernández
(nombre de pila: Ángel Filemón)
Nació en Abarán el16 de febrero de 1921.
Murió en Ciempozuelos el 20 de agosto de 1942.
Profeso simple
El 20 de agosto de 1942 moría en la casa de Ciempozuelos (Madrid), un joven neo profeso con 21 años de edad y 6 meses de religión: el Hno. Ángel María Carrasco Fernández, que con su mano temblorosa escribía en sus apuntes espirituales: “¡Te quiero, Madre mía! ¡No me abandones! Me entrego a ti. Confío en tu sabiduría. Me abandono a tu misericordia”. Pocos días antes de morir su Maestro de Novicios, el Hno. Adrián García, lo recordaba así: “Nosotros que lo conocíamos bien y que estábamos cerca de él, valoramos las numerosas facetas de sus virtudes y conocemos el surco profundo y amplio que ha dejado detrás de él pasando por este Santo Noviciado, surco indeleble que permanecerá por siempre aquí, como modelo y guía luminosa que todos hemos de seguir en el sendero de la formación religiosa y en la hospitalidad.
Este valiente religioso entregó su joven vida al servicio de la causa más noble de Dios y de la humanidad: los enfermos, y entre estos los que suscitan mayor repulsa, como los dementes, los lisiados, los que están llenos de llagas y los enfermos contagiosos, incapaces incluso de valorar y agradecer el sacrificio heroico.
Los apuntes y las normas espirituales de sus cuadernos eran un cantico amoroso, el canto ininterrumpido de un recuerdo ardiente para La que era el gran objeto de su anhelo.”
El Padre Ernesto Ruiz, compañero suyo de Noviciado y testigo privilegiado de sus últimos sufrimientos, que tan prematuramente quebraron su vida terrenal, cuenta que “una tarde fuimos a pasear por Ciempozuelos, saltando y corriendo felices, El Hno. Ángel, sobre todo, porque todos sabían como disfrutaba y lo alegre que era en estas situaciones. A las dos horas, regresando a casa, vi que el Hno. Ángel se había quedado atrás. Lo llamé y él me hizo señal de esperarlo. En realidad, yo fui hacia él y lo vi cansado y con el rostro pálido, pero al mismo tiempo con una alegría que no conseguía contener. “La Virgen Santísima – me dijo – me ha concedido lo que tanto le he pedido. Espero estar pronto junto a ella”. Y, enseñándome el pañuelo manchado de sangre en el que había echado su primera hemoptisis, decía: “Gracias, Madre mía, gracias”.
Lo trasladaron a Córdoba para que se recuperara, volvió a Ciempozuelos para hacer la Profesión con los demás novicios, manifestando así su amor por la Orden y su conducta edificante. Murió seis meses después, con 21 años, en Ciempozuelos, en 1942.
Sus restos mortales descansan en una urna en el santuario de Abarán (Murcia) su ciudad natal, en la montaña donde le gustaba cantar las alabanzas a María.